Futuro
Uno de julio del año dos mil veintisiete
por ejemplo
tu cuerpo esbelto, que ya no es tu cuerpo
se abre como cada noche de luna llena
mi cuerpo envuelto, cuerpo del mundo
se llena hasta verterse en ese momento
de huellas de nuestra perfecta armonía
y me lleva otra vez
hasta el hipnotizante zoco de Xauen
incluso puedo oler esos colores
perfectamente ordenados en sacos
por las calles
me lleva también
a una calle estrecha de París
donde todo, menos las farolas
eran amantes expectantes
y a otra ciudad igual de bella
que en lugar de amantes tenía agua
pero las mismas farolas
también me lleva
a atravesar puentes, hermosos
huidizos, enormes y apenas
unos que desafían los ríos, otros
se dejan desafiar por el mar
y aquel, creo que era en Lisboa
en el que confundimos la risa con las olas
también me lleva a ver niños
descalzos y apagados, pero vivos
y a sentir como tus manos se llenaban de ellos
siempre te has traído un trozo de niño
de nuestros viajes, no creas que no
me he dado cuenta
y también me lleva a recordar
miles de lechos ¿cuál es el nuestro?
aquel de El Salvador
bajo un baile sorprendente
de bichos y amabilidad
y aquel otro de cortinas rojas
y vistas a la edad media
y también, cualquiera que tenga
sábanas arrugadas y la huella de
nuestra particular guerra de cuerpos
y bocados al aire
y también, como no
me lleva a lunas, tantas lunas
y a ésta, a esa que miras
y que refleja, una vez más
tu sonrisa sin adornos
pura, grande, libre, toda
y también me lleva
a cementerios, y en todos
siempre hay un nicho vacío
paradójicamente hermoso, esperándonos
(pero creo firmemente que es pronto)
quizá debiera haber empezado este poema
más tarde, o nunca
en todo caso, mi poesía es
experta en disonancias de la vida
por eso escribo sobre tu cuello
sobre tus pechos, sobre tu risa
bajo el arrullo de tu mirada de miel oscura
y dulce, siempre dulce… todavía dulce…
De repente, una vez más
todo el mundo que fluye por tus ojos
me absorbe hasta la nada
y me dejo, una vez más
deleitar salvajemente
por la enorme música que sale de tu alma
(parecida a la de aquel pianista de New York)
y vuelvo, una vez más
a enamorarme de nuestras más hermosas palabras
mordamos una manzana a la vez.
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